Homilía pronunciada en la Basílica de Guadalupe

Don Arturo, Hermanos sacerdotes, estimados diáconos, hermanas religiosas, seminaristas y hermanos todos en el cobijo Santa María de Guadalupe, nuestra Madre.

Damos gracias a Dios por diecinueve años de vida de iglesia particular de Orizaba, y en esta XIX peregrinación, con el gozo y la alegría de la fe, llenos de esperanza y de amor, esta  Diócesis de Orizaba, viene al encuentro de nuestra Madre Santísima, Santa María de Guadalupe, la Madre del verdadero Dios por quien se vive. Desde la Región de las Altas Montañas veracruzanas venimos a presentar  nuestra gratitud por su amor y cercanía materna en la vida de cada día, llena de logros y esperanza, logros y esperanzas que se viven en el  campo, la sierra, al pie del volcán, la ciudad; en el ámbito del trabajo, de la escuela; reconocemos su protección y ayuda en los momentos difíciles que a veces tenemos en la enfermedad, los momentos dolorosos que vivimos por la inseguridad en nuestra región, el dolor de la violencia, la tristeza de los desaparecidos, la angustia de los que levantan, la tristeza de la falta de empleo y diversos problemas familiares que nos aquejan. Le queremos agradecer su intercesión para fortalecer, en esas situaciones dolorosas, el camino de nuestra fe que nos levanta la esperanza para encontrar en la familia, en la parroquia, comunidades diocesanas, caminos de esperanza y de vida. Venimos, pues, a darle gracias y a poner en sus manos maternales nuestras necesidades materiales y espirituales. Esto lo hacemos, hermanos, llenos de confianza en las  palabras de Nuestra Señora a San Juan Diego, que son también dirigidas a cada uno de nosotros:

– “Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia.

– “¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa.

Gracias Madre nuestra.

Venimos llenos de alegría a visitar a nuestra Madre a “la casita” que ella pidió que se le construyera, signo de la identidad y unidad del pueblo, lugar de encuentro, convivencia y cercanía (cfr. PGP 154). Desde 1531, el encuentro de San Juan Diego y el pueblo con la Virgen de Guadalupe,  ha sido el gran acontecimiento histórico que ha llenado de fe, esperanza, alegría, alivio y consuelo al pueblo mexicano, porque en esta imagen bendita se reconoce el rostro materno de Dios, se puede encontrar con el único y verdadero Dios, lleno de misericordia y bondad. Nos dicen los obispos de México en el reciente Proyecto Global de Pastoral: “Santa María de Guadalupe en su dialogo con San Juan Diego y, a través de él, con Fray Juan de Zumárraga, ofrece a la fe y a la patria nacientes una imagen, un lenguaje común que acercaba a las partes en conflicto; una verdad que vino a llenar el vacío y el desamparo de los indígenas, los hijos pequeños; y una petición que poco a poco fue logrando que todos se involucraran en una tarea común, construir “la casita” de todos”, esto lo decimos en el Proyecto Global de Pastoral número 151. Por esto, con María de Guadalupe nace nuestra Patria y con razón la llamamos Reina de México.

Queridos hermanos, el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar en esta santa celebración, nos permite contemplar la misión evangelizadora de la Virgen María. Ella lleva en su vientre santo al Hijo de Dios, en su encuentro con Santa Isabel, Ella es portadora de la presencia de Dios; Ella es portadora de Jesús, del Mesías y Salvador; la presencia del salvador, antes de nacer, hace saltar de gozo a Juan, en el vientre de Santa Isabel. Después llenará de gozo a los pastores y  a los magos de oriente. Hermanos, la llegada de la Virgen al cerro del Tepeyac, también llenó de alegría a la naciente nación mexicana. María de Guadalupe nos trae al verdadero Dios por quien se vive. Así, María trae la Buena Nueva de la fe, del amor, del perdón, de la reconciliación y de la paz. La Virgen de Guadalupe nos alegra con la presencia del verdadero Dios que nos hace sus hijos y hermanos entre nosotros. Con Ella se inicia  un proceso evangelizador impulsado por los  misioneros de entonces y que hoy nos toca continuar a nosotros.

Queridos hermanos, como ya decía en el inicio de la Eucaristía, en la peregrinación del año pasado, pedíamos a nuestra Madre su intercesión para elaborar juntos nuestro tercer plan diocesano de pastoral. En esta ocasión le presentamos el fruto de su intercesión y suplicamos su intervención para llevar a cabo el proyecto que el Espíritu Santo nos ha inspirado. Nos acogemos a nuestra Madre Santísima, gran evangelizadora, Estrella de la Evangelización, para caminar con ella en esta alegría de anunciar el amor de Dios manifestado en Cristo nuestro Señor. Venimos juntos ante los pies de Santa  María de Guadalupe porque queremos seguir aprendiendo como discípulos de su Hijo a “caminar juntos”, a vernos como hermanos cobijados por su amor maternal. Y es que sabemos que solamente bajo su intercesión maternal y su mirada amorosa podemos encontrar el entusiasmo de adecuar el lenguaje e iluminar la realidad de nuestra Iglesia particular para llevar la Buena Nueva a todos los rincones.  Pedimos su intercesión porque nos cuesta trabajo caminar juntos, nos cuesta trabajo tendernos la mano para vernos como hermanos, nos cuesta trabajo, hermanos, construir comunidad. El misterio de la iniquidad del mal nos dificulta para poner en primer lugar el proyecto de Dios, poner en primer lugar los intereses de Dios y valores sobre nuestro egoísmo, comodidad y confort que se traducen en envidia, enojos, sospechas, descalificaciones y otras tantas tentaciones en que, a veces, caemos los agentes del Evangelio. El pecado sigue lastimando a las familias, a pueblos y comunidades marcadas por una vida sin Dios. Necesitamos a Santa María de Guadalupe, la gran evangelizadora para que podamos recomenzar desde Cristo bajo la mirada de nuestra Madre que nos da vida como personas y nación. Necesitamos mirarte, Madre Nuestra, contemplarte, para poder decir junto contigo, “hágase en mí según tu Palabra”.

Madre nuestra, venimos a poner ante tus pies nuestro III Plan Diocesano de Pastoral. Queremos pedir tu intercesión para anunciar con nuevo gozo, ardor, expresión y métodos a tu Hijo Jesucristo, único salvador. Concédenos la gracia de vivir el gozo de un renovado Pentecostés que nos haga proclamar en comunión y participación la salvación de nuestro Señor Jesucristo.

Este III PDP quiere ser un proyecto de vida diocesano para consolidarnos como pueblo de Dios respondiendo a los desafíos propios de nuestra realidad diocesana, en comunión con la Iglesia de México. Nuestras opciones pastorales contemplan el basto horizonte del Proyecto Global de Pastoral y, a la luz de este proyecto nacional, queremos prepararnos a la celebración del acontecimiento que le dio luz y sentido a nuestra Patria: los quinientos años de tu presencia entre nosotros. Nuestro plan diocesano camina en la alegría de vivir gozosos en la fe, la esperanza y la caridad haciendo de toda nuestra patria una “casita” donde todos aprendamos a vivir como hermanos trabajando por una vida digna y fraterna. Nuestro plan diocesano quiere ser un camino que dé respuesta consciente y eficaz para atender a las exigencias de nuestra realidad diocesana, de modo que el “anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y la cultura”, como dice el documento de Aparecida. Madre nuestra, recibe este proyecto como ofrenda y concédenos responder a las necesidades de una nueva evangelización para que así, como hiciste florecer rosas en este cerro del Tepeyac, podamos nosotros hacer florecer frutos de una nueva evangelización en nuestro campo diocesano.

Te encomendamos nuestros trabajos para que todos los agentes de pastoral, en especial los sacerdotes, que en comunión fraterna con los laicos y religiosos, vivamos la sinodalidad y podamos vivir con alegría la novedad del Evangelio. Concédenos a todos ser dóciles para vivir en comunión, obediencia, misión y gusto de llevar la presencia de tu Hijo Jesús hasta los últimos rincones de nuestra diócesis.

Escucha, Madre Nuestra, la oración sencilla que brota de nuestro corazón, ilumínanos en este caminar evangelizador:

Santa María de Guadalupe evangelizadora de nuestros pueblos queremos ser una Iglesia en permanente conversión pastoral, misión permanente, audaz y creativa en los caminos del anuncio del Evangelio, repensando los objetivos, las estructuras y los métodos evangelizadores.

Madre y Señora Nuestra, ponemos en tus manos nuestro III Plan diocesano de Pastoral. Concédenos tu ayuda para ponerlo en práctica y ser Iglesia en salida, misionera e inculturizada. Ilumínanos para realizar una evangelización con lenguaje adecuado y cercano, en palabras y acciones.

Que seamos una Iglesia que anuncia y crece por atracción al vivir el mandamiento del amor. Concédenos vencer la apatía, el cansancio y todos las tentaciones de los agentes de pastoral. Que guiados por el Espíritu Santo,  podamos crecer en la comunión, participación y sinodalidad.

Concédenos que toda parroquia sea casa y escuela de comunión y formación, un espacio privilegiado donde se reciba y acoja la Palabra de Dios, donde niños, Jóvenes, adultos y toda la familia aprenda a adorar a Jesús sacramentado y así se invoque y crezca el amor y fervor por ti, nuestra Madre Santísima.

Queremos crecer como comunidad cristiana samaritana, servidora, en obras y gestos comunitarios, tocando la carne sufriente y festejando en la liturgia el gozo de los pequeños y grandes logros de nuestros procesos comunitarios de conversión.Concédenos que todos sepamos discernir permanentemente los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos por compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación.  Madre nuestra, intercede por nosotros ante tu Hijo querido, Jesús, nuestro Salvador. Amén.